No tires la toalla. Mantén la Esperanza
Armando Janssens
21 de septiembre 2014 – 12:01 am
No me cuesta mucho comprender el surgimiento de desánimos, de confusiones y hasta de dudas en la gente que se encuentra involucrada en el trabajo social y en el quehacer educativo. Ahora, que se inician las clases en miles de colegios y liceos, y de nuevo comienzan los programas de centenares de organizaciones sociales, es comprensible que surjan muchas preguntas sin respuestas. La situación general del país es tan enredada, en todos sus aspectos, que crea un ambiente general y permanente de incertidumbre en el que no se sabe dónde está el norte y dónde el sur en este momento.
Me identifico, en primer lugar, con los miles de educadores de los diferentes niveles que, con una perspectiva incierta, inician este nuevo año escolar. No se trata solo de las condiciones materiales de muchos institutos, con evidentes defectos en su mantenimiento, en especial de las instalaciones sanitarias y de la limpieza en general. Ni tampoco de la conducta agresiva de un creciente número de alumnos de ambos sexos, donde maestros y profesores deben confrontar situaciones difíciles, sin tener acceso a claras normas y precisos apoyos; hasta deben lidiar, no pocas veces, con el reclamo de los propios padres. Además, los nuevos reglamentos, programas, supervisiones, controles y líneas pedagógicas demasiado ideologizadas hacen que la libre y sana creatividad y la responsabilidad individual del maestro para con sus alumnos se pierdan en el pantano del sistema educativo.
Similar, pero con matices diferentes, es la situación de los que trabajan en las organizaciones sociales, en los múltiples programas que aportan servicios, capacitación variada y valores humanos. Captan que, con muy contadas excepciones, su trabajo es visto con desconfianza por parte de muchas autoridades y hasta, algunas veces, obstaculizados por militantes prejuiciados y mal orientados. La inseguridad reinante limita el acceso a los sectores populares y, además, el transporte, con todas sus irregularidades, dificulta las posibilidades de reunirse. Últimamente se encuentran, además, limitaciones en la asistencia de los participantes, ya que muchos pierden mucho tiempo haciendo largas colas para abastecer sus familias con los ingredientes suficientes para la comida.
Así que no me extraña encontrar, con frecuencia, gente que está cercana a la idea de “tirar la toalla”. Hasta algunos piensan irse a otro país, lo que me parece, muchas veces, más una fantasía que una real posibilidad. Cada vez, con mayor frecuencia, encuentro gente cercana que quiere cambiar de trabajo. Están agotados por las tensiones permanentes. No ven más y mejor futuro en lo educativo y en lo social. A pesar de haber escogido por vocación tal profesión, constatan que están en un callejón sin salida, y que es mejor buscar otro trabajo menos complicado y, hasta quizás, con una mejor remuneración.
Pero, evidentemente, no quisiera promover tal actitud que algunos están acariciando: ¡todo lo contrario! Ruego y animo a todos a no abandonar el barco, a pesar de tener la impresión de que se está hundiendo. En medio de todo esto, está nuestra gente, los millones de jóvenes y adultos que necesitan nuestro acompañamiento, para realizar, hasta donde sea posible, su vida, su futuro y sus sueños. Si hablamos de responsabilidad paterna como el fundamento de la familia –a pesar de su debilidad–, igualmente, se puede hablar de responsabilidad educativa y social, que moralmente nos obliga a seguir cumpliendo lo que ya hemos iniciado, con todas sus limitaciones, pero también con todos sus valores y evidentes resultados.
Añado a todo esto la esperanza, columna vertebral de nuestras vidas, que se refuerza a partir de nuestra convicción cristiana. Es la seguridad transcendental, no siempre demostrable, pero éticamente segura, que nos puede dar nuevas energías, creatividades y aprender a aguantar sin destruirnos ni personal, ni vocacionalmente.
Además, en medio de todos los problemas, tenemos una gran riqueza de personas, de experiencias y resultados acumulados que son un capital que se ha construido a lo largo de muchos años y que no se puede perder. Más bien, es un punto central, sobre el cual se debe seguir construyendo. Viendo la variedad y solidez de aportes que aparecen en las redes sociales y las publicaciones regulares sobre estos temas, se abre un espacio para seguir adelante con una real actitud muy positiva.
Opto por la esperanza realista de que tales situaciones pueden cambiar, gracias al esfuerzo mancomunado.
Opto por seguir confiando en la gente, en los jóvenes y en los mayores, a pesar de las experiencias contradictorias.
Opto por aceptar que siempre hay “burbujas de libertad” donde podemos crear y realizar lo que queremos aportar por un mejor mañana a nuestra sociedad venezolana.
¡Mantengamos la esperanza!