Armando Janssens: El Cafetal y Catia

El Cafetal
“¡Estoy harto!”. Mejor dicho: “¡Estamos hartos!”. Me lo dice con convicción un hombre de edad avanzada, responsable, junto con su mujer y un grupo de seis vecinos y dos estudiantes, de cuidar una de las barricadas formadas a lo largo de la avenida principal de El Cafetal. Tiene un horario bien definido y también lo necesario para pasar bien el largo rato de guardia que ya se va repitiendo durante los últimos diez días: algunas sillas plegables y un termo con café, algunos refrescos, periódicos y los sándwiches ya preparados, envueltos en papel de servilletas, para desayunar un poco más tarde. El ambiente es alegre pero muy decidido. De cerca saluda a los choferes que aguantan la cola, larga como un vía crucis, pero que manifiestan mayoritariamente su aprobación.
“¿Harto de qué?”, pregunto. “¿No es evidente?”, contesta con sorpresa mi interlocutor: “¡De catorce años de insultos de todo tipo y con todas las groserías inimaginables! De un robo permanente de nuestro patrimonio. Ni hablar de las fincas expropiados y jamás pagadas; de los talleres confiscados y abandonados; de la inseguridad que nos rodea y de los secuestros por doquier con todos los dramas humanos que eso implica. ¿Quién no perdió un familiar cercano? ¿Dígame quién? Para no hablar de la corrupción masiva a todos los niveles… Ah, ¿tú eres cura? Habla si quieres con los padres de la parroquia aquí atrás y te contarán cómo la asistencia a sus misas ha disminuido porque todos los jóvenes que pueden se van a otros países para tener futuro. Me duele, porque mi única hija también se fue. No aguantamos más, ni sé si lo que estamos haciendo sirve para mucho, pero por lo menos crea conciencia entre los parroquianos. Por lo menos damos una señal a los presos políticos, y a los jóvenes estudiantes y adultos, que estamos pendientes de ellos”. Y terminó: “¿Qué otra solución tenemos?”.
Catia.
Gladys tiene alrededor de 50 años y es trabajadora incansable en todos los programas de la Vicaría de la Iglesia y de la Junta Comunal en el barrio Andrés Eloy Blanco, que forma parte del famoso sector El Observatorio de Catia. Se considera chavista, a pesar que va pocas veces a las manifestaciones convocadas, y solamente en ciertas ocasiones especiales, como aquella del desfile para recordar el primer año del fallecimiento del presidente Chávez, se vistió de rojo. “Pero nunca en la Capilla. Respeto demasiado a los demás y eso es terreno de todos sin distinción, es terreno de Dios”.
“Claro que tenemos algunos problemas: ¿a quién le gustan las colas? La mitad del tiempo se va en buscar la comida necesaria y hasta se forman pleitos para llevar algo. Mercal está igual, y no siempre hay pollo, ni leche, ¡ni harina PAN! Para no hablar de los muertos y los robos.
Muchos vinculados a las drogas que están en todas partes. Ya forman parte de nuestra vida cotidiana y me da vergüenza constatar eso. No sé quién tiene la culpa de eso. Creo que todos tenemos responsabilidad, pero Maduro debería gobernar con mayor acierto y controlar mejor las policías. Y debe controlar los colectivos que tienen demasiado poder y muchas veces nos amedrentan. Pero eso no significa que dejemos de ser chavista. ¡Ni pensar! Más bien, las guarimbas de las últimas semanas nos unen más para defendernos contra ellos. Seguimos fieles, en lo bueno y en lo malo. Por lo menos hasta este momento. Con la esperanza de que el gobierno solucione rápidamente estos problemas; si no, puede pasar de todo, la gente se pone inquieta y los amores no son eternos. Ya algunas veces tuvimos intentos de saqueos pero logramos controlarlos”.
“Lo que aprecio especialmente, dice Gladys, es que el hambre ha disminuido en nuestro barrio. Las religiosas que viven aquí lo pueden confirmar. La gente vive mejor, con la casa mejor equipada y con varios subsidios oportunos. En especial, el pago de las pensiones y a las madres pobres, ha ayudado a la gente mayor que ahora dispone de dinero propio y no dependen solo de las ‘limosnas’ de sus hijos. ¡Y vea mi ahijado que se graduó de bachiller, gracias a la Misión Rivas! Pero especialmente, y tú mismo, padre, lo has reconocido, hoy en día nos sentimos más apreciados y reconocidos en comparación con tiempos anteriores. ¡Ahora somos ciudadanos! Hemos estudiado mucho la Constitución y las leyes que nos interesan. Y ahora tenemos una voz propia en las juntas comunales. ¿Ya has visto la escuela que estamos renovando por completo? ¡Todo eso y mucho más, gracias a Chávez!”.
Hasta aquí, la breve descripción de dos personas con realidades y enfoques diferentes. Ambas hablan desde su propia experiencia y ambas tienen su razón. No vale la pena discutir mucho, sino escuchar y devolver a cada una preguntas y reflexiones para que sigan ahondando en su propia percepción. Estoy seguro de que estas dos personas, una de El Cafetal y la otra de Catia, si se sientan juntas y conversan, a partir de sus vivencias propias, van a llegar a una comprensión mutua, sin necesidad de claudicar en sus posiciones políticas. Mutuamente van entender mejor al otro y reconocer su derecho de ser como son. Al fin y al cabo, es eso lo que esperamos de nuestra querida sociedad venezolana: que se escuchen, que se entiendan, que no se vendan ni se impongan, pero que se respeten.
A escala nacional no se puede llegar a la simplificación anterior. La búsqueda del futuro común debe ser superior a las dos posiciones encontradas. Ninguna de las dos debe ser eliminada o desconocida, sino trascender hacia un planteamiento más integral que cree un espacio para todos.
Espero que estemos todavía a tiempo. Veo algunos signos en el campo económico que pueden indicar un rumbo diferente. ¡La esperanza es lo último que se pierde
Publicado por El Nacional